Hace unas semanas todos los medios de comunicación de Canarias anunciaban la buena noticia de que los supermercados del Reino Unido podría comprarse plátano de Canarias. Algo que los agricultores canarios agradecieron mucho pero… ¿habrán recaído en el motivo de que esto sea así? No era por el sabor del plátano de las Islas pese a que Arguiñano explique bien que es mucho más rico que la banana sino por un concepto medioambiental: el plátano de Canarias genera menos huella de carbono al suponer menos tiempo de traslado que su competidor latinoamericano.
La cadena de supermercados que lo distribuye insiste en los valores medioambientales en su política de responsabilidad social corporativa. Y, de ahí, la elección del producto canario frente a otro.
Pero, ¿qué es eso de la huella de carbono? Es uno de esos conceptos con los que convivimos desde hace unos años cuando el concepto cambio climático llegó a nuestras vidas. Técnicamente, es la herramienta que permite describir la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero asociada a una actividad que puede ser la producción de un bien, el trabajo de una empresa o, simplemente, nuestra vida diaria.
Independientemente de que ahora los científicos puedan discutir sobre el alcance o no de este cambio y si el incremento de las temperaturas se ha ralentizado, la realidad es que todos coinciden en que reducir las emisiones relacionadas con el mundo industrial y tener mejores prácticas de consumo beneficia no solo al medio ambiente sino que, además, ayuda al ahorro de costes y a adaptarse a las cada vez más exigentes normativas europeas e internacionales.
Ángel Rodríguez es el responsable del área de Medio Ambiente de la empresa Seedwind que, entre otros servicios, se dedica a auditar externamente a quien quiera ser más eficiente en sus consumos y procesos.
El ejemplo del plátano de Canarias es muy bueno para entender que ya hay otro tipo de motivaciones para establecer una relación comercial que no es estrictamente el precio, como viene siendo habitual. De hecho, en Francia ya hay normativa específica que obliga a vigilar la huella de carbono.
Rodríguez explica que “todo producto o actividad tiene asociado esta huella de carbono y, si logramos reducirla, estamos reduciendo a su vez el impacto que tiene sobre el clima y el medio ambiente”.
A esto se suma que no solo se trata de un valor ambiental sino que estudiando la huella de carbono “podremos conocer dónde están teniendo lugar los mayores consumos sea de un combustible fósil o de electricidad y poder actuar sobre ellos. Al reducir el impacto, también estamos reduciendo el gasto económico”.
Una idea que viene muy en consonancia con las últimas normativas europeas basadas en el famoso ya “quien contamina, paga” que se inició con los sistemas integrados de residuos y que ha tenido como exponente cotidiano el pago por las bolsas en los supermercados.
En este sentido, la legislación europea irá cada vez siendo más restrictiva y la UE mira el ejemplo de Francia para ir implementando medidas. “De momento, asimilar la huella de carbono es una medida voluntaria, pero es muy probable que en breve pueda tener un carácter obligatorio”, explica el técnico de esta entidad asentada en Canarias y que ha promovido, entre otras acciones, el Pacto de los Alcaldes con el que se pretende reducir las emisiones locales de CO2 en un 20% antes del año 2020.
Como consultor en este área, Ángel Rodríguez explica que uno de los trabajos que han hecho fue la intervención en un espacio tan poco habitual como un cementerio. “Calculamos la huella de carbono y se han conseguido importantes ahorros económicos porque les ha permitido conocer bien su proceso, ver dónde tenían los mayores consumos, dónde estaban contaminando más y buscar soluciones óptimas”, afirma y añade que con las medidas adoptadas solo en energía eléctrica, se ahorran un 20% de sus costes al año.
Además de la electricidad, intervinieron en sus jardines pues consumían mucho en agua y abonos para mantenerlos. “Nos dimos cuenta que se podía hacer compost con los restos de podas y, también, con importantes cantidades de flores que se quedaban sin vender muchos días y que se estropeaban”, remarca. Con esas y otras medidas, se recomendaron cambios no demasiado costosos a este cementerio que, ahora, es mucho más sostenible, lo que le ha generado ahorros en costes.
Seedwind también se encarga de imponer un sello de calidad donde se remarca que ese cliente ha establecido un compromiso medioambiental, aunque no se trata de un sello oficial, que aún no existe en España.
La huella de carbono puede compensarse y tener una denominada huella cero, aunque técnicamente es imposible llegar a ese objetivo porque toda actividad genera emisiones y residuos, sí que se puede tratar de compensar las actividades más emisoras con otras menos a través de inversiones en proyectos que eviten nuevas emisiones. De esta forma se asignan dichas emisiones evitadas a las generadas y, así, el balance puede ser cero. Un ejemplo habitual de proyectos de compensación son la plantación de árboles o la implantación de energías renovables, entre otros. Y en la mayoría de los casos, suele realizarse la inversión en países del tercer mundo, con lo que también se cumple una labor social.
A todo esto, la huella familiar también se puede ver reducida a través de una serie de acciones como la reutilización de objetos, la separación de basuras, el compostaje o el uso del transporte público.
Fuente: daciencia.com